HILARIO ADORNO: Mente narcisista al poder en Puerto Casado
09:06 - 19/06/2025
En muchas partes del mundo, el poder atrae a individuos con características marcadamente narcisistas, egoístas y manipuladoras. Estas figuras, lejos de ejercer un liderazgo al servicio del bien común, utilizan su cargo como una plataforma para satisfacer ambiciones personales, manipular al electorado y perpetuar una estructura clientelar de control. Lo trágico es que esto no solo sucede en grandes potencias, sino también en pequeñas comunidades donde el daño puede ser más profundo y duradero. Puerto Casado, en el departamento de Alto Paraguay, conoce de cerca esta realidad y es donde aparece la figura de Hilario Adorno, quien apoyado por su hermano el diputado colorado-cartista, José Domingo Adorno, trató de adueñarse de los recursos del pueblo.
Hilario Adorno, exintendente de Puerto Casado, (colorado-cartista) enfrentó un juicio por lesión de confianza, una figura penal que apunta a la traición del deber público en beneficio propio. Quienes lo conocieron en la función aseguran que su gestión estaba impregnada de una fuerte carga de egocentrismo: desde un uso personalista de los recursos municipales hasta la marginalización de quienes no se alineaban con su liderazgo.
Este tipo de comportamiento refleja lo que psicólogos-políticos catalogan como “liderazgo narcisista autorreferencial”, donde el líder se ve a sí mismo como la solución a todos los problemas, descalificando a sus críticos y creyéndose por encima de la ley.
Durante su mandato, Adorno supo cultivar una red de desinformación y alianzas que le permitieron mantenerse en el poder sin rendir cuentas claras. El clientelismo político, los favores selectivos y el manejo oscuro de los fondos fueron, según varias denuncias ciudadanas, moneda corriente.
Estos métodos coinciden con los patrones de liderazgo manipulador, en los que el político divide para reinar, utiliza el miedo o la necesidad para someter, y disfraza decisiones arbitrarias como actos heroicos.
Puerto Casado, una comunidad rica en historia, recursos naturales y luchas sociales, merecía una gestión transparente y orientada al desarrollo inclusivo. En cambio, el legado de este tipo de liderazgo autoritario y corrupto deja una profunda desconfianza ciudadana, un debilitamiento institucional y una sensación de abandono por parte del Estado.
Lo ocurrido en Puerto Casado con Hilario Adorno no es un caso aislado, sino un espejo de una patología más amplia: el ascenso de personas emocional y éticamente inadecuadas a cargos públicos. En el corazón del Chaco paraguayo, esta experiencia debería servir como lección para fortalecer la participación ciudadana, exigir transparencia y formar nuevos líderes con vocación de servicio, no con sed de poder y enriquecimiento ilícito.